Soy gorda

veuratges_abril_2019.2

Digo “soy” y no “estoy”. Para que nos entendamos, no se trata de una estado transitorio de mi cuerpo, sino de una arista del polígono irregular que es mi identidad (por poco que a veces me guste este término). Igual que con mis privilegios; no estoy blanca o estoy europea o estoy de clase media. Soy gorda, del mismo modo que soy mujer o no soy heterosexual; por imposición de una estructura que obliga a definir, y al mismo tiempo por el placer y el poder que hallo en reconocerme políticamente junto con otras en estos espacios de opresión que convertimos en espacios de lucha y resistencia.

Aún así, a pesar de que he politizado prácticamente todas las facetas de mi vida por entenderlas insertas en una estructura mayor que nos condiciona y oprime, que se beneficia de ello, siempre me ha costado politizar mi gordura. Siento en ello algo de culpa, de vergüenza y de dolor íntimo del que se me hace difícil deshacerme.

La autoconciencia de un cuerpo gordo es constante, no solo cuando vas a comprar ropa (ese tópico repetido); cuando ves miradas descaradas analizando el tamaño de tus muslos si osas ponerte mallas, cuando intentas sentarte en un bar hipster que junta las mesas en un espacio mínimo para sacar más rendimiento del negocio, en el asiento del autobús cuando la persona a tu lado suspira y te mira mal, cuando quieres sentarte en un taburete, entrar de lado en la ducha en el baño de un piso mínimo de alquiler altísimo o millones de situaciones cotidianas. Y al mismo tiempo, las representaciones de estos cuerpos gordos son prácticamente inexistentes. Y los pocos referentes que tienes -cuando no son destructivos por ridiculizados-, lo son precisamente por su gordura como característica única, nunca como algo significativamente positivo en un conjunto mucho más amplio.

Un día en el trabajo, hablando con un grupo de 32 adolescentes, un chaval de 13 años me dijo “preferiría estar muerto que ser gordo”. Mejor muerto. Que gordo. Lo que más me impactó no fue la frase en sí. Sino el tímido asentimiento del resto de adolescentes, la comprensión que sentían hacia lo que había dicho. Especialmente las chicas, que avergonzadas me apartaban la mirada. Extremo, sí, pero en el fondo cierto. Nadie replicó, nadie se sorprendió. Y en el fondo, yo tampoco me sorprendí.

Los cuerpos comunican, se leen desde el exterior, tienen significados. En nuestra sociedad, la gordura se identifica no solo con una hipotética falta de salud (y que no os engañen, realmente esto no le importa a nadie) sino con la falta de control, de auto-control; se identifica con la debilidad, el exceso, la indulgencia, la dejadez, la poca autoestima… se identifica con tener pocas habilidades o capacidades o recursos. Cuando eres gorda, eres todas estas demás cosas; o tienes que pelearte para demostrar lo contrario.

Sé que la culpa, la vergüenza y el dolor que he llegado a sentir por mi gordura son un mecanismo de control y regulación

Se identifica la gordura con una elección vital, una elección vital juzgable y, por lo tanto, penalizable. En cuestiones de presión estética, aunque la sociedad castigue de un modo u otro a todas las mujeres por no alcanzar un ideal absolutamente imposible (más que una utopía, una distopía), les deja el consuelo de saber que ellas no han elegido ser excesivamente altas o bajas, tener las orejas o las manos grandes, los pechos pequeños. Pero sí que han elegido ser gordas. O al menos, no han elegido dejar de serlo. Y por eso, mereces lo que recibes.
La invisibilidad. Las mujeres, en la medida que dejan de ser objetos deseables socialmente -es decir, para la mirada masculina-, van desvalorizándose. Aquellas que no cumplen con los cánones, tienen menos valor, merecen menos atención, son incómodas de mirar. Y por lo tanto, se desvanecen y escapan a la vista.

La pena. Una triste simpatía, o una falsa empatía; esa mirada desde la certeza que jamás se cambiarían por ti.

Y el asco.

Sé que la culpa, la vergüenza y el dolor que he llegado a sentir por mi gordura son un mecanismo de control y regulación de una estructura jerárquica (moral, económica y política) que considera unos cuerpos no sólo más deseables y más merecedores, sino más válidos que otros. Así que también sé que defender y amar este cuerpo gordo es desafiar, luchar y construir un espacio de vida arrebatado por este sistema.

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