A vueltas con la calle

Por Itxaso Muñoz y Blanca Brea

Son las ocho de la tarde de un viernes en la calle Concòrdia. La chavalería llena la calle, muchas salen del Espai Jove, otras simplemente han quedado ahí. Algunos juegan y se divierten persiguiéndose. En la carrera dos de ellos se golpean contra los interfonos, que se quedan sonando. Un vecino no tarda en salir a gritarles desde el balcón y amenaza con bajar. Los chicos se disculpan y salen corriendo, asustados. El hombre baja hecho una furia pero ya no los encuentra, tampoco en el Espai Jove, a donde no duda en dirigirse.

Observamos la calle desde el bar de la esquina. Nos habían dicho que los Mossos d’Esquadra registraron “con metralletas” a los jóvenes que paran en las escaleras. Allí nos lo confirman: “Vimos cómo los cacheaban, armados, a cuatro chavales que estaban en fila con cara de susto. La gente salió fuera del bar y lo comentaba”. Elena, vecina y trabajadora de la zona, nos dice que los registros o redadas policiales son frecuentes, que a menudo los ve pasar despacito con el coche. Lo considera algo excesivo, teniendo en cuenta lo tranquila que ve la calle. “Hay un estigma de este callejón, y de los chavales, porque algunos son magrebíes”, nos dice. “No creo que haya más conflictividad aquí que en otras plazas. Esto es el centro de la ciudad, la gente que se queja que se vaya a Sabadell”, añade un cliente del bar, enlazando un tema con otro. La estructura de callejón y plazoleta, y la presencia del centro aglutinador de jóvenes configuran un escenario de conflicto permanente en cuanto al uso y concepción del espacio público.

¿Bronx o estigma?

Preguntamos en el Espai Jove, un espacio de ocio para adolescentes de 12 a 16 años, del Ayuntamiento. Los y las usuarias nos hablan de la calle como su lugar de encuentro, lo que les acarrea pequeñas disputas con la gente que vive ahí. “Es normal que los vecinos protesten si hacemos ruido y unos bancos serían la clave, no tendríamos que ocupar las escaleras”, dice Carlos, de 16 años. Nos comenta que la mayoría cuando cumplen 16 siguen viniendo, quedan ahí, pero ya no pueden hacer uso del Espai.

Un poco más arriba, donde las escaleras, vive Vicente desde hace más de 13 años. Indignado, arremete contra el Espai Jove cuestionando su labor y relata los problemas que le afectan como el ruido, los destrozos, la violencia… Provocados por otros grupos que se asientan en la zona: “los skaters, los rumanos que ocupaban el solar”, etc., y propiciados por la mala gestión del Ayuntamiento, así como por la inoperancia de la policía. Señala como clave el falseamiento que se hizo de la participación ciudadana en la reforma urbanística: “Todos los vecinos dijimos que no queríamos mobiliario urbano. Y no nos hicieron ni caso”. Sus quejas coinciden con las de Salvador, que vive más o menos a la misma altura desde hace 20 años: malas decisiones urbanísticas, dejadez. Habla de la pesadilla que suponen los jóvenes, sobre todo en verano: ruido, pelotazos y vidrios rotos, “tener que estar encerrado”. En el comercio de enfrente corroboran las quejas de las vecinas acerca de los “balonazos” que reciben. Además, no ven bien que los chavales estén todo el día fumando. “Hay más jaleo y estorbos que policía”, aseguran.

Al final de la calle encontramos a las vecinas más comprensivas con la necesidad de la juventud de estar en la calle. “A veces ocupan la escalera, pero la mayoría se apartan cuando pasas. A mí me han respetado siempre. Ahora, como vayas en plan chulito…” nos dice Consol, que vive ahí desde hace 5 años. Dice que le gusta el barrio y su diversidad. Carmen, que lleva 50 años viviendo en França Xica, opina que “se vive bien, no hay peleas ni nada de eso, es una zona tranquila”.

Las posiciones se polarizan a la hora de explicar el día a día de la calle, pero confluyen al señalar la ineficacia de las instituciones públicas en la resolución del conflicto.

¿Civismo o control social?

Históricamente en las ciudades, el espacio público se entendía como el espacio de encuentro y socialización donde transcurría la vida cotidiana y comunitaria. Hoy día ya no sólo ha dejado de ser así, sino que hay una estigmatización creciente hacia quienes más lo utilizan. El uso que se espera de la calle es el del tránsito -del trabajo a la casa- y del ocio vinculado al consumo. La presencia policial diaria y los registros se han normalizado hasta tal punto que los afectados legitiman su intervención: Ángel, de 16 años, nos explica que “es normal, nos ven aquí sentados y paran”. Y añade, “ya estamos acostumbrados, pero nos gustaría un sitio donde estar sentados tranquilamente sin molestar a los vecinos y sin que nos molesten a nosotros”.

La lógica productivista les reprocha que pierden el tiempo. Molestan por jugar a la pelota y por pasar la tarde con sus colegas en la calle, resistiéndose a perderla como lugar de encuentro, donde acontece la vida.

carrer concòrdia

“Nos gustaría un sitio donde estar sentados tranquilamente, sin molestar a los vecinos y sin que nos molesten”.

Comments
  1. jordi

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